Para Platón (427 – 347 a.C.), los creadores de las artes eran los imitadores, quienes estaban distantes de lo real y de la verdad, ya que no producían cosas útiles, sino meras imitaciones y fantasías de la verdadera idea de la realidad. Platón consideraba que la pintura era una técnica de engaño, y que el pintor actuaba como un mago que buscaba asombrar a través de la creación de una especie de hechizo, permitiéndole ascender en la jerarquía social. Así, la pintura se presentaba como lo opuesto a la verdad, siendo esencialmente una falsificación. Según Platón, el arte no se ajusta a la verdad.
Mientras que las Ideas son únicas, inmutables, necesarias, universales y eternas, las cosas son múltiples, cambiantes, temporales, contingentes y particulares, todas ellas copias de la única idea. Platón ilustra en el libro X de “La República” el ejemplo de las camas: en el mundo empírico encontramos una variedad de camas, mientras que en el mundo suprasensible está la idea de cama, única y esencial.
El primer grado de realidad es donde se encuentran las ideas, el segundo grado de realidad corresponde a la cama sensible (la que fabrica el artesano basándose en su interpretación de la idea de cama, una copia imperfecta del primer grado de realidad), y el tercer grado es la imitación que hace el artista (una realidad degradada, ya que parte de la representación del artesano que hizo su propia interpretación de la idea de cama).
El espejismo del arte también se encuentra en la alegoría de la caverna: las imágenes del arte son sombras proyectadas en las paredes de la caverna. La caverna representa nuestro mundo sensible, el de la opinión. El mundo exterior representa el mundo de lo real, el mundo de las Ideas, del cual podemos obtener conocimiento. En ese mundo de las ideas, la forma más alta (el Bien) está representada por el Sol. El hombre, prisionero de las apariencias en esta caverna, solo puede liberarse a través del conocimiento, de la filosofía.
Aristóteles (384 – 322 a.C.) define la téchne como poiesis (hacer) y epistéme (conocimiento acompañado de comprensión). Para él, el arte es una actividad exclusivamente humana que requiere tanto conocimiento como experiencia, y la repetición de actos similares para perfeccionarlos cada vez más. Esta capacidad de razonamiento y desarrollo técnico es lo que distingue al hombre de los animales.
En cuanto a la idea de mímesis, Aristóteles no la ve como una simple copia mecánica. Lo que considera importante no es la fidelidad exacta, sino la verosimilitud. Otra característica del arte es su conexión con el placer: “disfrutamos de la imitación porque reconocemos el modelo”.
Para Aristóteles, la forma más elevada de arte es la Tragedia, ya que ayuda a liberarnos de nuestras pasiones y proporciona el mayor placer, describiéndola como “imitación de una acción elevada y perfecta”. Aristóteles define los elementos de la tragedia como:
- Fábula o argumento
- Carácter de los personajes
- Pensamiento
- Lenguaje
- Canto
- Espectáculo
La Tragedia es considerada una obra de arte total porque incluye texto, música, danza y acción. Otra idea central en su estética es la de la Catarsis, que significa purgación y, en un sentido más amplio, purificación o liberación. La catarsis en la tragedia ayuda a restaurar el equilibrio perdido del alma. Mientras que la catarsis se aplica principalmente a la Tragedia, la mímesis se relaciona con todas las artes.
La concepción del Arte a través del Tiempo
La noción de arte varía según la cultura y la época histórica. En el siglo VI a.C., el término “Téchne” tenía un significado mucho más amplio que nuestra palabra “arte”. Un escultor era considerado un artífice, al igual que un carpintero o un constructor de barcos, y el artista no se veía como alguien especial o diferente de los demás. El concepto de arte estaba estrechamente relacionado con la mímesis, que podía significar tanto “representación” como “imitación”.
En la Antigüedad y durante la Edad Media, la belleza ocupaba un lugar muy especial, y el interés por el arte quedaba en segundo plano. Sin embargo, desde la Edad Moderna, esta dinámica cambió por completo: ahora nos enfocamos más en reflexionar sobre el arte, y la belleza ha perdido parte de su relevancia. En el siglo XIX, nadie habría pensado que colocar una rueda de bicicleta sobre una mesa de cocina pudiera considerarse una obra de arte. La pregunta más relevante en ese momento no era “¿qué es el arte?” sino “¿cuándo algo se considera arte?”.
En todas las culturas, encontramos diversas representaciones artísticas. La distinción clave entre la cultura occidental y las demás radica en la “exaltación de la forma”. En el siglo XX, a esta exaltación de la forma, que era una característica central de la idea occidental del arte, se le suma la preeminencia del concepto. Hasta entonces, teníamos una idea más o menos clara de lo que era el arte, pero esta definición se desdibujó debido a la ruptura radical del paradigma estético tradicional, liderada por Duchamp.
Cuando Duchamp firma productos de series industriales como un secador de pelo, un mingitorio o una pala de nieve, está rechazando abiertamente la noción de producción individual. La firma del artista, que antes representaba la individualidad de la obra de arte, es deliberadamente menospreciada por Duchamp. Su provocación revela no solo que el mercado del arte, que valora más la firma que las obras, es una institución cuestionable, sino que también hace tambalear el principio mismo del arte en la sociedad burguesa, donde se cree que el individuo es el creador de las obras de arte. Los ready-mades de Duchamp no son considerados obras de arte, sino manifestaciones.
El término “arte estético” del siglo XX resulta insuficiente. El arte no se limita simplemente a ser una “sensación”; más bien, implica un aspecto “mental”. La antigua dicotomía entre el conocimiento mental y sensorial, presente en la Antigüedad, parece desfasada en la actualidad. Disfrutar del arte no está separado de la reflexión científica, histórica o teórica sobre la experiencia artística; ambos aspectos están entrelazados.
Wladyslaw Tatarkiewicz busca abordar varios aspectos destacados en las obras, presentando los siguientes rasgos distintivos:
- Producción de Belleza: El arte se caracteriza por la capacidad de crear belleza, una noción que surgió en el Renacimiento y que hasta el siglo XIX se basaba en el concepto de “bellas artes”. No obstante, en el siglo XIX, Karl Rosenkraz incluyó también lo feo en el ámbito del arte.
- Representación o Reproducción de la Realidad: Se destaca el arte como la representación o reproducción de la realidad, una definición respaldada por figuras como Platón y Aristóteles. Aunque Tatarkiewicz consideraba esto como algo antiguo, el hiperrealismo, como se ve en obras del colectivo Mondongo, desafía esta idea al crear obras con apariencia fotográfica.
- Creación de Formas: Tatarkiewicz considera que la creación de formas es el rasgo distintivo más moderno del arte.
- Expresión: El arte se caracteriza por la expresión, aunque surge el dilema de que algunas formas de arte racionalista y conceptual podrían quedar excluidas.
- Producción de Experiencia Estética: El arte se distingue por la capacidad de generar una experiencia estética, enfocándose no solo en el creador, sino también en la diversidad de respuestas posibles por parte del receptor.
- Generación de Choque: Otra característica distintiva del arte es su capacidad para provocar un impacto en el espectador, considerando específicamente los efectos que las obras contemporáneas tienen en la audiencia.
Basado en estas definiciones, Tatarkiewicz formula la suya propia: “Una obra de arte es la reproducción de las cosas, la construcción de formas, o la expresión de un tipo de experiencias que deleiten, emocionen o produzcan un choque. El arte también es aquello que proporciona alimento espiritual y es el producto de una actividad humana consciente”
Bibliografía:
- Oliveras Elena (2005) Estética. La cuestión del Arte. Buenos Aires. Grupo Editorial Planeta S.A.I.C
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